martes, 7 de enero de 2014

¿Quién me lo iba a decir a mí?

De principio a fin, de los pies a la cabeza. Sin buscarlo en absoluto, más bien todo lo contrario. Ahí ves que las cosas de la vida son tremendamente inesperadas. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Me cambiaste hasta en el más mínimo detalle. Desde ti parece que necesito un refugio al que acudir cada noche, que sin tus palabras de consuelo los días se hacen más duros. Las discusiones en tres idiomas, las fotos de playas que parecían un paraíso, o las notas de voz medio en broma/medio en serio; en tres meses me acostumbré demasiado a tener algo que nunca fue mío.

Y ahí es donde realmente dueles, tú y nuestra historia. ¿Nunca te tuve? Llámame incrédula, pero alguien me dijo una vez que mi intuición no suele fallar, y algo me dice que no me mentías. Sí en la forma, no en el contenido. Porque quiero creer que no estás tan loco, que si tu fueses feliz ese hueco no tendría que haberlo llenado yo.

Y creo adivinar el final. Aunque ahora me cueste creerlo, imagino que algo en tu conciencia te dijo que no lo estabas haciendo bien, que no era justo. Y tiraste por la vía fácil. No te juzgo; me duele el orgullo y la herida es mucho más grande de lo que me imaginaba, pero no sé que hubiese hecho yo en tu lugar, así que prefiero no pronunciarme. Sólo me duele haberte encontrado, saber que alguien arrasó de un plumazo con mi yo de siempre, y me ha cambiado a esto que soy ahora. Me toca reconstruirme, y eso sé que tengo que hacerlo sin ayuda; que llegará la mañana que me levante y no necesite mirar tu fotografía. Pero para eso hace falta decisión, y a ratos creo que me falta.

Ahora ya no me apetece seguir hablándote de mí, espero no volver a tener que hacerlo. O si pienso en ti que nunca llegues a enterarte; es lo que te falta a ti y a ese gran ego que yo misma te ayudé a construir.

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