jueves, 9 de enero de 2014

Maldito/bendito Whatsapp.

Hoy me he levantado, y me ha costado más de lo normal abrir los ojos. Pero, como cada día, lo primero que he hecho ha sido ver si tú ya estabas en pie. Sonrío al ver que se te han pegado las sábanas o, menos probable, que hoy no quieras saludarme. Me voy directo a la ducha, un café rápido, y mientras cojo las llaves del coche veo que tengo dos mensajes. Abro el primero y contesto deseándote el mejor día posible, mientras que el segundo se queda sin abrir, la discusión de anoche hace que tenga menos ganas hoy de hablar contigo.

Y de camino al trabajo pienso en qué momento lo nuestro llegó a importarme tan poco, en qué momento sentí la necesidad de buscar en otros sitios lo que contigo había perdido. Porque está claro que hubo un momento en que para mí eras la única, y la simple idea de pensar en otra me parecía imposible. Pero no soy capaz de recordarlo, sólo sé que en parte cada día me arrepiento. Porque no te creas que no te quiero; te quiero y te quise, y quiero seguirte queriendo. Pero soy un tipo frío, y a veces ni me planteo cómo te sentirías tú si llegases a enterarte.

Aparco el coche, y empieza el día. Durante la mañana, alguien más consigue sacarme una sonrisa,y pienso en qué difícil es la vida a veces. O qué difícil la convertimos nosotros. Porque estoy metido en un juego del que nadie va a quedar impune, y todo por esa maldita noche; y lo peor es que no fue la primera vez que falté a mi compromiso contigo. Y mientras recojo el uniforme y vuelvo a casa me odio por no ser valiente, por liarme a mí mismo y a los demás. Pensar en esto hace que me enfade, así que cojo el teléfono y te despido pronto, que tengo mucho sueño y necesito descansar. Hora y media más tarde consigo sacarme el problema de la cabeza, y me distraes tú y tus historias, que ahora mismo parecen un grano de arena en comparación con lo que tengo yo encima. Te digo que te echo de menos, y creo que no miento; me acuerdo y pienso en ti, aunque evito decirte que no eres la única, que alguien me robó el corazón hace ya tiempo, y que soy un cobarde pero sabes que en la comodidad se vive muy bien. De ahí al gimnasio, te mando un vídeo para que te rías un rato y me dices que estás ocupada, que luego hablamos. Perfecto, así no tengo que inventarme una excusa, porque yo también tengo que hacer cosas. Me ducho por segunda vez, me visto y voy camino al centro. De repente la veo ahí en el semáforo esperándome, y me prometo que será el último día que vivirá tan engañada. Se me pasa el tiempo rápido, y llega la hora de cenar. Miro el móvil y veo que me has escrito, ahora ya puedo hablarte. Y las horas se pasan volando, y casi sin darme cuenta llega la hora de meterme en la cama, y yo sigo hablando contigo; de todo en general y de nada en particular. Te pido que me esperes diez minutos, y mientras tanto llamo para desearle las buenas noches. Creo que voy a volverme loco, pero tengo que reconocer que fingir tanto a ratos me divierte; puedo ser quién quiero, decir lo que me apetece, que nadie nunca va a llegar a darse cuenta. Cuelgo y vuelvo contigo; y te digo que quiero que pase el tiempo rápido, que quiero volver a verte; y en parte no miento aunque sé que es muy improbable que eso vuelva a pasar; que en la balanza acabará ganando la estabilidad del día a día, que la aventura me da un respeto tremendo. Mientras me despido me doy cuenta de que no te lo mereces, y creo que si llegas a descubrirme nunca me perdonarás haberte metido en esto.

Me duermo pensando que ojalá mañana sea tan valiente como para no hablarte más, para ser sincero con ella y contigo, asumir que a dos bandas nunca acabas ganando. Y mientras lo pienso se me cierran los ojos... Mañana será otro día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario