Días interminables, meses aburridísimos, una vida sin sentido. Porque
el amor es una droga, y todo drogadicto cree que no puede sobrevivir sin
la sustancia a la que está enganchado. El "desamor" abrasa. Sobretodo al principio, sobretodo si tienes 20 años. Y así, cuando eres joven, crees
que esa persona es irremplazable, que no hay otro ser en el mundo tan
maravillosos ni tan atractivo. Que nunca podrás encontrar a otro igual.
Luego pasan los años, las parejas, las historias fulminantes,
los desencantos. Se te va poblando la memoria de recuerdos cada vez más apagados y
aprendes a relativizar tus sentimientos: sabes, por ejemplo, que el amor
que estás perdiendo no es el único, y que tal vez ni siquiera es amor.
Pero, aún así tenemos que reconocer que el "desamor" escuece.
Y así, esperas esa llamada telefónica que nunca llega, y puedes pasarte semanas pegada al móvil, que no va a ocurrir.
Esperas la palabra justa que el otro no pronuncia y te desesperas.
Esperas un milagro final; que él se comporte de una manera
distinta, o lo que es lo mismo, que sea otro.
Creo que ahí está el fallo: pretender cambiar al otro huele a fracaso, incluso antes de empezar. Cuánto antes asumas que nadie suele cambiar a nadie, antes dejarás de buscar ese algo que nunca llega. Porque no se trata de ponernos pesimistas; esto lo llevo escuchando muchísimo, y quizá hasta ahora no me había dado cuenta. Se trata de encontrar a alguien que congenie contigo como dos piezas de puzzle encajan sin esfuerzo alguno; no sirve de nada pegar algo con el pegamento más resistente del mundo, no se puede obligar a ser quien no es. Puede cambiar algo por ti, dejar a un lado esa manía que consigue sacarte de quicio, pero no puede fingir continuamente.
Por eso, creo que sólo es cuestión de esperar; tendrás cien historias, mil encuentros de una noche, o doscientas semanas de ensueño; que si nada de eso funciona, al final acabará llegando, y sabrás que por fin es ese. Y entonces olvidarás ese "desamor" de años atrás, lo verás en otros, y podrás decirles que al final llega; pero que todo lo bueno se hace esperar.
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