lunes, 25 de noviembre de 2013

Sol y sombra.

1591,31 Kilómetros nos separan. Nunca fui mucho de Ciencias Exactas pero hay números que, una vez que se aprenden, son difíciles de olvidar. Casi 1600 kilómetros es muchísima distancia, pero muchas más cosas se interponían entre tú y yo. No sé si mejores o peores, pero desde luego más difíciles de cambiar.

Cada uno en un lado del Mediterráneo, tú tan de isla; yo tan de ciudad. Tú tan madrugador, mientras que yo resucito cuando el sol desaparece. Tú tan de café cortado y sin azúcar, el mío con leche y kilos de sacarina. Azúcar, eso que a mí me sobraba y debía darte muchas veces. Tú y tu papel de chico duro, 24horas/día,7días/semana. Creo que nunca acabé de acostumbrarme. Tú y tu manía de construirte un caparazón que te mantuviese a salvo de todo y de todos, incluida yo. Yo y mi fé ciega en que conseguiría romperlo algún día. Tú tan de construir mansiones en el cielo, pero sin cimientos; yo tan de saber cúal sería el primer ladrillo que colocaríamos, y si era en la Tierra mejor. Tú tan de chocolate con leche, yo tan de chocolate negro. Tú y tu orgullo al reconocer que estabas cambiando, yo y mi empeño en hacerte ver que estaba encantada de cambiar por ti. Tú y tu capacidad para inventarte historias absurdas, sin hacerme caso cuando te decía que dejases los guiones para otros, que la imaginación y los celos nunca traen nada bueno. Yo y mi confianza plena en qué te fiabas de mí.

¿Qué son 1591,31 kilómetros en comparación a todo esto?

Hay veces que no nos damos cuenta de todo lo que nos separa de alguien, y preferimos centrarnos en lo bonito que es todo aquello que nos une. Yo soy de esas, no me gusta fijarme en lo malo. Pero está claro que, aunque las mansiones en el cielo nos alegran los días a cualquiera, la caída es mucho peor que la emoción que nos daba vivir en las nubes. De todo se aprende, y eso es lo importante. Fué bonito mientras duró, quédate con eso.

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