viernes, 2 de mayo de 2014

Cafés a media tarde.

Quedamos a tomar un café, tú te encargas de convencerme de que no se puede conocer a una persona a partir de las doce de la noche y con una copa en la mano. Y me convences. Un café y tres horas más tarde pensé que había sido un desastre total, ¿te acuerdas? Nos hemos reído mil veces de ese día en estos meses. 

Y es que lo que empezó siendo un desastre total y absoluto, ha acabado convirtiéndose en un caso de laboratorio. Porque no hay persona que entienda lo que tenemos, que sepa decir qué somos o que no vea raro nuestros altibajos. Porque los dos sabemos que en una amistad no hay tantas idas y venidas como las nuestras, que un día no podemos separarnos y otro, por un mínimo detalle o por el simple orgullo, estamos sin hablarnos una semana. Que los amigos se quieren y se preocupan por el otro, pero no necesitan someter al tercer grado al otro por cada nueva "historia". Que si eres cariñoso, con un amigo lo eres más. Y no como tú, que te pasas con besos y abrazos al resto, y a mí me mantienes a un metro de distancia por si las moscas.

Pues no, esto no es amistad. Y han ido pasando los meses, y es lo único que sé a ciencia cierta. Hace ya tiempo que desistí de buscar una etiqueta a esto, pasaba de volverme loca. Sé que tú tampoco lo sabes, conmigo no puedes hacerte el listo. Cada vez que oigo ese "es que contigo es especial" no sé si me dan ganas de matarte o de comerte a besos. 

¿Lo ves? Yo tampoco lo tengo nada claro.

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